jueves, junio 28, 2012

San Petersburgo, dia 1



Un descreído, alguien tan repugnantemente crítico consigo mismo, el genero humano, el mundo que nos rodea y nuestro paso cual virus por él, no va a ponerse a describir la belleza del Hermitage, las espectaculares noches blancas o la evocación casi mística de los palacios. ¿Que hace un tipo así que hace cuando se va de viaje y describe lo que ve? Honor a su naturaleza. No más que cuando esta casa en la vida diaria, que quede claro. Que no es personal, queridos rusos, soy yo, no se lo tomen a mal. Además soy un burgués y nunca me ha faltado de nada, no como a ustedes, que las han pasado bien putas, y claro, el contraste por tanto es más fuerte.


Cuando me bajé ayer del avión dos cosas me llamaron la atención. Una, esto es un estado policial si o si, porque sino no es normal los muchos controles de policía, militares y policía/militares que tienes que pasar para salir del aeropuerto  (y las calles parecen en alerta terrorista permanente, pero esa otra historia). Y dos, como alguien me comento, aquí o guapísimos y guapísimas o terroríficos y terroríficas. Alfa o épsilon, no hay nada en medio. ¿Donde está la clase media de la belleza? Temo por mi vida.

Al salir, un tipo con un  cartelito con mi nombre. Es bajito, hombros anchos y parece nervioso. Épsilon. Me acerco a él con una sonrisa y le digo que el del cartel soy yo. Me sonríe y me estrecha  la mano. Pequeña de dedos fuertes, y rugosa como el asfalto.

      - ¿Konstantin?

      -  Da, da, da, da…. Yes, yes, yes
       Por el mail que me mando me imaginaba que su ingles no iba ser para nota.
      -Bus, after underground

      -No problema dude, no problem.

Tardo un cuarto de hora en entender que le daba vergüenza traer su propio coche, una chatarra de la guerra fría impropia para recoger a alguien en el aeropuerto. El coche debe de ser de caballos como poco porque prefiere meterme en un bus que suena como el tosido de un fumador de veinte toneladas a punto de morir y no pasa de 30.  

Salimos a una autopista de cuatro carriles con… cruces!!! Ver a un lada parando el tráfico para cruzar en transversal da miedo, de verdad. Asoma el morro, cada vez mas, hasta que a uno no le quedan mas narices que parar o chocar de frente. Pasamos barriadas de edificios inmensos de viviendas, hormigueros de la época comunista. Una delicia para la vista. ¡Que gran aportación a la arquitectura! Entre ellos, los equivalentes a Ikea, Leroy Merlin y Carrefour en un contraste brusco y ciertamente triste.


Durante el trayecto mi querido Konstantin cuenta historias que deja a la mitad porque su ingles ha llegado hasta ese punto del relato, no encuentra mas palabras y ¿para que seguir? Consigo entender dos. Se va de estancia dos meses a un laboratorio en Singapur y esta cagado con el inglés de allí. Yo le digo, tranqui, hombre, tranqui, el inglés achinado es el idioma del futuro. También entiendo que es de un pueblo pequeño de cerca de Moscú y que su abuelo vive en una idea de Siberia. Que tienen animales (no le hago la putada de preguntar cuales) Si, por las manos ya me había dado cuenta de que su relación con la agricultura y la ganadería era bastante estrecha.

Llegamos al metro. Pago doble por ser extranjero. No es broma. Un policía me hace pasar dos veces el ticket, dice que por la maleta. Mi pequeño granjero moscovita me dice que es por ser de fuera. Pues nada, donde seas forastero, sonreír y dar tabaco, ¿no?

Siguiente tema, las escaleras mecánicas. Cinco veces más largas que las nuestras. He cronometrado una y tarde cuatro minutos y doce segundo en subirla. Tiene sentido, no es tunelar por tunelar,  ya que esto esta lleno de ríos y el metro va por debajo de ellos.  Al pie de la escalera un policía en una garita mirando la escalera, no sea que… no se… algo… pase… en la escalera.

Llegamos a un túnel larguísimo con techo en forma de arco y con puertas dobles de metal a los lados. Empieza a ser claustrofóbico.  Knostantin se para, yo con el y le miro sin saber. Sonríe y me explica algo que no pillo. De repente las puertas de metal se abren con un estruendo tremendo y… coño, ¡ahí esta el vagón! ¡Esto es el andén!

Aquí todo parece muy funcional, solido y dura cincuenta años. Como los vagones, anchos, incomodos, poca luz y, como las distancias son grandes, van a toda hostia ¿Y la belleza? Eso para el centro de la ciudad y los turistas que hacen cola en los palacios y en el Hermitage, debió pensar alguno. Bueno, me digo, es un planteamiento como cualquier otro. ¿Qué voy a decir yo?   


Ya por las calles del centro mientras Konsti intenta explicar algo y yo ya no le escucho, me doy cuenta de que me esperaba mas gente haciendo ostentación de pasta, marcas, de mira que guay soy que llevo unas gafas tal o los jeans cual. El típico show off tan post comunista. En realidad no tanto. Es lo que tiene tener tantos estereotipos en la cabeza.


   

1 comentario:

silvianimfa dijo...

Como dicen Calle 13... vamos a dejar los clichés para otro dia... jajajajja. crack!!!