Estoy en un momento de mi vida en el que no quiero
que me impongan nada. Me siento fatal si hago cosas que no me apetece hacer. Mucho
más que antes. Además aquí en San Petersburgo estoy solo, y solo hare lo que
los profesores Sokolov y Gastev me digan (dentro de unos limites). Al resto del
mundo, estos días, que le den por el culo. Con cariño. Sin acritud.
Pero hay algo que en este sentido me hace sentir
mal. Un algo inevitable, con una presencia abrumadora, poderosa, de la que todos
hablan y por la que todos preguntan.
El Ermitage. El puto Ermitage.
(lo habia escrto mal en posts anteriores)
Si paseas por el centro de San Petersburgo es
imposible no ir a parar de una forma u otra al Ermitage. Es el jodido ojo. Lo
domina todo. El palacio de invierno, que forma parte de él, lo ha devorado o se
han hecho uno, es el final de todas las rutas, el centro de un torbellino en el
que no te das cuenta de que has caído hasta que por cuarta o quinta vez te
encuentras como por casualidad con la mole zarista.
Pero digo que me hace sentir mal. Si voy, hare lo que
se supone que debo, tragando con las colas, la marabunta y los horribles
estereotipos turísticos (lo se, voy de intelectual sobrado con pinta de
mochilero) y acabare viendo un 10% de las entrañas de la bestia. Si no voy, no
puedo volver a mirar a la cara a mi madre ni llamarme persona. ¿Qué has estado
en San Petersburgo y no has ido al Ermitage? ¡Caigan sobre ti todas las
desdichas, animal!
Solución: He cogido un café y me he venido frente al ogro (en realidad no frente porque todos los edificios que me rodean
forman parte de él) a negociar un tratado de no agresión. El típico, tú no me
tocas los cojones a mí y yo no te los toco a ti. Entrare a ver tus maravillas
si y solo si me apetece sinceramente. Sin presión. Ya sé que todo esta de tu
parte. Todos son tus aliados. Me traiciona hasta mi propia guía Lonely Planet.
¡Cuidado gran señor! No se equivoque. Me encantaría recorrerlo
y admirar las bellezas que esconde. Pero sin coacción. Por ejemplo, los lunes
cuando cierra y le asean y le ponen guapo para el resto de la semanal. En esa situación,
prácticamente vacío y sin aduladores por doquier, se convierte, señor, en el más
terrible seductor y daría lo que fuera por recorrer sus salas y pasillos y
rendirle pleitesía. Así que, entiéndame, no es usted en si mismo, es lo que
representa y lo que crea a su alrededor. Mire, es como la belleza más impresionante
de la discoteca. El problema es que todo el mundo la señala y tiene un enjambre
de babosos dispuestos a dejar la tarjeta de crédito canina por llevársela al
catre. Entiende el paralelismo, ¿verdad señor?
(Todo este absurdo speech es para quedar a buenas
con el. No se puede estar en San Petersburgo y llevarte mal con el Ermitage,
como no podías ponerte tonto con Stalin en los años 30. Ya sabes donde acabas)
Parece que por ahora acepta la propuesta y me
deja ir. Por ahora. Me levanto, cojo la mochila y salgo dirección norte hacia
la isla de Vasilievsky... sabiendo que solo he ganado tiempo y que acabare visitando el Ermitage
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